Periodico Las Americas

Hay que parar los discursos de odio

  • Imprimir

Por: Víctor Corcoba Herrero/ Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Charlottesville

Vivimos tiempos repelentes, donde nadie escucha al corazón y el corazón es nuestra gnosis. Un verdaderotesoro que aniquilamos. Los efectos de esta frialdad son bien palpables. El mundo se mundializa, pero no searmoniza. La interdependencia de los caminantes se extiende a todos los campos, pero cada día queremos levantarnuevos muros. En lugar de auxiliarnos, nos endiosamos, y los frutos ya están ahí.

Lo acaba de advertir un grupo deexpertos en derechos humanos de la ONU, tras las manifestaciones de extrema derecha y la violencia registrada enCharlottesville, Virginia: “El racismo y la xenofobia están en aumento en Estados Unidos”. Sin duda, hay quecontrolar los actos y parar los discursos de odio, donde quiera que se produzcan. A mi juicio, urge en casi la totalidaddel planeta, abordar el problema de las manifestaciones de incitación a la violencia racial, con otras políticas más dehermanamiento y consenso.

Personalmente, confieso que me había ilusionado con el Decenio Internacional para losAfrodescendientes (2015-2024), pues el lema de “reconocimiento, justicia y desarrollo”, todo hacía presagiar laerradicación de las injusticias sociales heredadas de la historia, pero está visto que los prejuicios y la discriminaciónracial continua enraizándose en la especie humana. Bajo este marco de intolerancia, lo primordial como ya señalé enalgunos artículos anteriores, es cambiar el ánimo humano, retornarlo a lo poético, purificarlo de esos aires de dominiocorrupto.

De ahí, la importancia de ese factor espiritual, de esas constantes llamadas a la conversión personal demuchas creencias. En efecto, las religiosidades pueden ayudar mucho a eliminar cualquier resentimiento, pues si importante esdepurar la memoria, para que se active la reconciliación, desde una visión de la persona humana trascendente, nomenos vital son esos caminos de encuentro del hombre mismo consigo mismo, a través de su inherente místicanatural.

Sea como fuere, no debemos formar parte de un mercado que nos monopoliza a su antojo, que nos insta autilizarnos como mercancía, que nos reclama para la lucha permanente. Olvidamos, con demasiada frecuencia, quesomos un linaje que ha de cohabitar unido en esa búsqueda de la verdad, dignificándonos unos a otros, parareconstruir esa alianza entre pueblos y poder salvaguardar esa belleza que nos vierte la creación. En este sentido,como ha reiterado el Papa Francisco en sucesivas ocasiones, “las religiones tienen una tarea educativa: ayudar alhombre a dar lo mejor de sí”.

También la justicia, previo al reconocimiento de la realidad, ha de ser reparadora y, a lavez, reeducadora de valores como la tolerancia, la consideración por los demás y el sometimiento, por parte de todos,a la diversidad. Ojalá, a pesar de los muchos tormentos, seamos capaces de promover esa cultura de diálogo, queimpulsa lo equitativo y sostiene la libertad. Es hora, en consecuencia, de llamar al sosiego y de reafirmar y hacercumplir los valores centrales de la Carta de las Naciones Unidas, que son los valores esenciales de nuestracivilización común, a pesar de esta nebulosa de conflictos que estamos atravesando.

Por tanto, pienso, que la educación en los derechos humanos debe ser una dimensión fundamental en todoslos programas educativos del mundo. Siempre hay que volver a las raíces del alma, para que surja el amor más níveo,y se empequeñezca el odio. Tenemos que huir de este mundo, dominado casi siempre por los poderosos, queaprovecha cualquier ocasión para perjudicar a los demás, pues suelen confiarlo todo a la fuerza y a la violencia. Yaestá bien de tanta deshumanización, de tanta conducta racista y xenófoba, que rechaza al más débil, ya sea extranjero,inválido o pobre.

Nos falta esa mano tendida, esa conciencia por lo humano, para salir del completo fracaso moral delos prejuicios raciales y de las rivalidades étnicas. Sin embargo, nos sobran comportamientos altaneros, que es lo quenos está impidiendo convivir. Hay que salir de la mundanidad del choque y del cheque, y reorientarnos hacia otrasabiduría más desprendida, y no tan prendida de intereses, si en verdad queremos reducir el calvario de lasdesigualdades.

Por desgracia, existen informes aterradores de violaciones a los derechos humanos. Y por si fuerapoco el dolor, UNICEF acaba de recordarnos que, el país africano, ocupa el último lugar en el índice de DesarrolloHumano, llamándonos a todos a no abandonar a los niños de la República Centroafricana. Seguro que cada cual, porinsignificante que nos parezca, podemos hacer mucho más. Intentémoslo al menos.