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Será 11 de mayo una celebración agridulce para la “madre indocumentada”

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Por: Paula T. Castellano
Washington DC.-

Madre indocumentada

Para Marcela León Bustos, una inmigrante indocumentada de 46 años de edad, el festejo del Día de Madres este domingo 11 de mayo, será de nuevo una celebración agridulce.

Marcela recibirá el cariño de sus dos hijos durante este fin de semana, pero ella no podrá proporcionárselo a su madre, a quien no ve desde que emigró a Estados Unidos hace nueve años. “Constantemente me pregunto si el estar aquí vale la pena”, comenta, mientras toma un descanso en medio de su jornada de trabajo, limpiando casas particulares.

“Yo estoy aquí por mis hijos y por mis hijos si vale la pena”, se responde luego, mientras come una hamburguesa en un restaurante de comida rápida. Marcela trabaja jornadas de ocho a 10 horas diarias, limpiando “de hasta tres o cuatro casas”, para sobrevivir y mantener a Gabriela, una estudiante universitaria de 20 años, y a Luis, un niño de 12 años que concluirá su escuela primaria este verano.

“Lo hago sola”, dijo al referirse a la manutención de sus hijos. Su esposo, a quien acompañó en el 2003 a Estados Unidos en un viaje desde Matehuala, en el estado mexicano de San Luis Potosí, asumiendo múltiples riesgos para cruzar la frontera, abandonó a la familia hace varios años.

“Nunca aceptó bien que nos viniéramos, nos quería tener allá, pero el dinero que nos enviaba no alcanzaba y yo quería también trabajar”, explica. “Luego descubrí que él ya tenía otra familia aquí”, añadió, con un gesto de tristeza.

Al poco tiempo de llegar a este país, Marcela se vio sola y con dos hijos a los que tenía que sacar adelante.

“Siempre he tenido suerte, nunca me ha faltado el trabajo y de una forma u otra la hemos ido pasando”, señala.

Recordó que al llegar a este país comenzó a trabajar limpiando oficinas como empleada de una compañía dedicada a prestar ese servicio.

“Era más fácil que limpiar casas, pero era menos el dinero, pero tenía un sueldo”, comentó.

Luego, con el tiempo, varias de mujeres ejecutivas a quienes les aseaba sus oficinas le propusieron que les limpiara también sus casas.

“Así fue como comencé a trabajar por mi cuenta. Me va mejor”, afirmó.

Marcela cobra entre 50 y 80 dólares por limpiar una casa, dependiendo de las habitaciones y del trabajo que pida su clienta, “porque todas son mujeres”.

“Trabajo sola y a mi ritmo, así que no está mal”, afirmó. Sin embargo, su máximo orgullo y lo que más felicidad le proporciona ahora es su hija Gabriela. “Siempre ha sido muy buena hija y muy buena estudiante”.

Gabriela cursa ya su tercer semestre en ingeniería civil en la Universidad de George Mason en Fairfax (VA) con la ayuda de varias becas que ha logrado obtener a pesar de su estatus migratorio de indocumentada.

“Ella ha gestionado todo, sus calificaciones siempre han sido muy buenas y eso le ha ayudado”, pero aún así Marcela dice que una buena parte de lo que gana se usa en ayudar a sostener los gastos de su hija.

“No me importa que no tenga ni para comprarme ropa y siempre ande con las mismas fachas; me hace muy feliz y me ilusiona pensar que tendrá una profesión y que podrá tener un mejor futuro”, dijo, al recordar a su hija que llego a este país siendo aún una niña. “Para ella fue difícil el cambio. El llegar a una escuela y aprender en otro idioma, pero luego se comenzó a mover como pez en el agua”.

Para Luis, su otro hijo, el proceso ha sido más fácil al haber llegado de apenas dos años.

“Este ha sido siempre su país y no tiene ningún recuerdo de México”, dice Marcela.