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Sábado, 20 de Abril del 2024
| 3:45 am

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Somos más que “una cosa”: somos un voto

Por: David Torres
Washington DC.-

Cada vez que escucho comentarios como el que emitió con cierto disgusto y clasismo el gobernador republicano Mike Pence durante el debate vicepresidencial del martes, al referirse a “la cosa mexicana esa”, luego de que el tema lo trajo a colación su contendiente demócrata Tim Kaine, trato de no pensar en mí en primera instancia. Aunque como mexicano es realmente difícil no sentirse insultado, dadas las circunstancias. Bueno, podría reaccionar, como ocurrió, pensando en una serie de esas hermosas y significativas “malas palabras a la mexicana” listas para ser usadas en contra del Trumpismo y de todos aquellos que apoyan las ideas del candidato presidencial republicano, incluyendo a Pence y a una buena parte de sus ancestros, aunque estos últimos, claro está, no tienen la culpa de tan mala semilla, ni es mi estilo rebajarme a ese nivel de insultos. Incluso podría reaccionar de una manera, digamos, “más educada o intelectual”, tratando de entender la moderna psique estadounidense en relación con el racismo, un racismo que intenta ser impuesto como algo “normal” en la sociedad contemporánea a través de una campaña sostenida por fanáticos, demagogos y xenófobos.

Sin embargo, prefiero pensar en las millones de personas del pasado y del presente que sacrificaron todo —y cuando digo todo es todo— para venir a esta “tierra de oportunidades”, dando a este país lo mejor de sus vidas y proveyendo a esta nación al mismo tiempo la oportunidad de reinventarse una vez más, como ha sido a lo largo de toda su historia. Pero en lugar de que el sacrificio –militar, económico, social, cultural, demográfico, lingüístico, etc.– que esos millones de inmigrantes han hecho a lo largo de la historia de Estados Unidos sea reconocido, o al menos esperar un decente y humano nivel de aceptación, somos considerados como “una cosa”, sólo una “cosa” que puede ser usada en un debate para continuar con el vituperio, la majadería cultural y el insulto claro y evidente contra una comunidad como la mexicana. Pence también ha mostrado de este modo la despreciable y verdadera esencia de un racista que aspira a ganar la Casa Blanca, con el fin de imponer su visión de un país que, muy a su pesar, cambió hace mucho, mucho tiempo. Pero parece que la xenofobia no les permite ver más allá de un solo color.

Aun así, estoy convencido, como inmigrante que sufragará por primera vez con base en los derechos que me otorga la Constitución como nuevo ciudadano, de que los mexicanos y, en general, los inmigrantes naturalizados de cualquier origen, somos más que “una cosa”: somos un voto. Y noviembre está cada vez más cerca. Esa es la buena noticia. Alicia (Machado) en el país de las maravillas de Trump Más allá del caprichoso denuedo con el que Donald Trump intenta eliminar de tajo la presencia y múltiples aportaciones de las comunidades que le disgustan, subyace en su retórica antiinmigrante el germen de una antipatía neofascista donde no cabe nada que no se parezca a él ni a los suyos. Eso lo demuestra su nuevo frente de batalla: la ex Miss Universo, Alicia Machado. Su manera de enfocarse en el aspecto físico de una mujer tan sólo porque subió de peso y burlarse de ella habla mucho de la bajeza moral de alguien que pretende inmerecidamente llegar a la Casa Blanca.

Según Machado, la llamó “Miss Cerdita” tras subir de peso luego de ganar el concurso de belleza referido hace dos décadas. Exhibirla en aquel gimnasio repleto de reporteros y fotógrafos va más allá de una patética crueldad para una joven que apenas tenía 19 años y no entendía bien a bien el terreno que estaba pisando. Haberle llamado además “Miss Señorita Empleada de la Limpieza” tan sólo por su origen latinoamericano, también lo exhibe como un ser que funda sus opiniones solamente en estereotipos, como si además no hubiese dignidad en una actividad tan dura como la que el magnate ironiza, pero de la cual se ha servido como inversionista inmobiliario.

Toda proporción guardada, esta historia, como la de la mayoría de los inmigrantes, se está pareciendo a la del cuento de Lewis Carroll, “Alicia en el país de las maravillas”; sólo que en este caso, los que han decidido dejarlo todo en sus países de origen llegan a esta nación impulsados por el encantamiento de un “mejor futuro”, topándose las más de las veces con un “coyote” en lugar de un conejo; un vendedor de todo lo posible, en lugar de un Sombrerero Loco; o un agente de ICE en lugar de Humpty Dumpty trepado en la famosa barda. Pero más en el fondo ha emergido de manera siniestra la figura de un Donald Trump, transmutación fiel de La Reina de Corazones, ese personaje de Carroll que, con una actitud de enfado todo el tiempo, llena de “furia ciega” –como la definió el mismo escritor inglés–, condena a la “decapitación” a quien se atreva a interponerse en su camino o a ofenderla con su sola presencia, resolviendo de ese modo todos sus problemas.